Inspirado en Vida y Misterio de Jesús de Nazaret del P. Martín Descalzo. Mosaico del P. Rupnik.
1ª Estación: Jesús en el huerto de los Olivos
Ante la muerte, ante el peso del pecado del mundo sobre Ti, sientes tristeza, miedo, angustia, turbación, tedio, agonía… Todo está descrito por los evangelistas. Todo, porque eras Hombre, todo porque eras Dios y querías rescatar así al hombre, cargando también con los sentimientos producidos por el pecado en el alma. Pero en ningún momento se habla de cobardía. Esto te hubiera hecho huir y aún estaríamos esperando. No, Tú te quedaste; oraste y esperaste.
“Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
El Padre calla. Es fácil obedecer cuando Dios responde, pero cuando calla… Tú confiaste y el Padre respondió; a los tres días, pero con una respuesta definitiva y clara. Venciste aceptando la derrota. Pero en este momento estás solo mientras los tuyos duermen ajenos, insensibles a tu dolor.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Señor, acepta nuestra humilde compañía en este rato y abre nuestro corazón y nuestra mente para que sepamos reconocer tu misterio de amor, tu cáliz de amargura causada por nuestros múltiples pecados. No queremos un corazón sensiblero fácil a la lágrima, sino un corazón fuerte, decidido a caminar por tus huellas, y abandonarnos en las manos del Padre que todo lo permite para un bien infinitamente mayor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
2ª Estación: Jesús traicionado por Judas y arrestado.
Tras este rato de angustia, te levantas, libre y decididamente, y caminas hacia el colmo de nuestra miseria. No basta con no conocerte, con dormirnos… también te hemos traicionado con Judas.
Judas te besó y nuestros besos han acompañado muchas veces nuestras promesas de cambio con tan poco esfuerzo de nuestra parte, nos cansamos tan pronto… Con un beso te entregamos por salvar nuestro amor propio. Con un beso te entregamos por salvar nuestra falsa dignidad. Con un beso te entregamos por quedarnos en nuestro egoísmo. Con un beso te entregamos ¡por tantas cosas…!
“¿Con un beso me entregas?”
Unos minutos de reflexión en silencio.
¿Qué decirte, Señor? Te he dicho tantas cosas tantas veces… te hecho tantas promesas una y otra vez… Estoy cansado de mí mismo; a veces me dan ganas de cesar en el esfuerzo. Pero, ¿cómo abandonar cuando tú sacas la cara por mí, porque esperas que algún día vea la magnitud de mi miseria, no solo de palabra, y me lance por fin en tus brazos a cumplir tu voluntad sea la que sea? Dame tu fuerza, tu valentía, tu decisión. Dame tu hambre de hacer la voluntad del Padre aún a costa de mi propia vida.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
3ª Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín
Primero, conjurándote a decir la verdad por el Dios vivo, te preguntan si eres el Mesías, el Hijo de Dios. Y, cuando respondes: “Tú lo has dicho. Yo Soy”. , entonces se sienten ultrajados. El soldado quiere hacer méritos ante el jefe y te golpea rudamente la mejilla: “Si he obrado mal, dime en qué, y si no ¿por qué me pegas?”.
Es la historia de siempre: no escuchar al otro, encerrarnos en nuestras opiniones creyéndolas las únicas acertadas, no querer oír la verdad… Y, cuando nos obligan a oírla, entonces nos sentimos heridos, atacados, escandalizados… Hay que condenar al otro.
Hemos recibido solo gracia tras gracia desde antes de nacer. Todo cuanto tenemos es tuyo y regalado por tu generosidad. También a mí puedes decirme: “Si he obrado mal contigo, dime en qué y si no ¿por qué me hieres?, ¿por qué no escuchas y pones por obra mi palabra?, ¿por qué no amas a todos por igual?, ¿por qué…?”
Unos minutos en silencio.
Libremente, con todo mi corazón, quiero postrarme ante ti, mi Dios. Desearía cubrirte los pies con mis besos, que cada uno de ellos fuera una reparación de amor por todas mis miserias y un dardo de fuego que me abrase en deseos de ser cada día más tuyo, más entregado a los hermanos, más parecido a ti en todo. También, y sobre todo, en la manera de llevar la incomprensión, la maledicencia, las calumnias, las injusticias, y responder siempre con la verdad y desde el amor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
4ª Estación: Jesús es negado por Pedro
Pedro huye primero con los demás en el huerto. Luego, recapacita y, junto con Juan, va a averiguar qué hacen con Jesús. Empieza la tragedia. Primero, el miedo a ser reconocido como de los tuyos le lleva a negar conocerte ante la criada. Vuelve a negarle ante uno de los que fueron a prenderte, pariente de Malco, al que cortó la oreja. Y, por último, al delatarle su acento, olvida hasta tu nombre:
“¡No conozco a este hombre!”
Ha llegado al fondo. Canta el gallo. Pedro recuerda y las lágrimas de dolor corren por sus curtidas mejillas. Pero tú le miras con ternura y comprensión. Con una mirada en la que también hay dolor, soledad, mansedumbre. Con una mirada en la que, por encima de todo, hay perdón y amor incondicional.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Jesús, yo también te he negado muchas veces. Te he negado por miedo, por orgullo, por no querer ceder, por autosuficiencia… por tantas cosas… Como Pedro, quiero llorar desde la sinceridad de mi corazón. Un llanto que me dé la de Pedro. Quiero llorar desde la sinceridad de mi corazón. Un llanto que me dé la fuerza para no ofenderte más, para no negarte, para gritar con serenidad, dulzura, a la vez, convicción y firmeza, con palabras y, sobre todo, con hechos, que Tú eres el Rey, que eres el Señor y a Ti solo adoro, respeto, sigo y amo. Dame, mi Dios, que tras las lágrimas del arrepentimiento pueda contemplar, como Pedro, la luz de un nuevo amanecer en el que nosotros y todos los hombre vivamos la nueva civilización del amor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
5ª Estación: Jesús es juzgado por Pilato
Estás ante Pilato. También a él quieres salvarle y empiezas a lanzarle pistas: “Mi reino no es de este mundo”. ¿Tenía idea Pilato de la existencia de otro mundo que no fuera el que pisaba? ¿No era un pobre loco aquel que ante él se proclamaba a sí mismo rey? “He venido para dar testimonio de la Verdad”. ¿Quería Pilato bajar de su criterio y discutir sobre una verdad que no fuera la suya? Pregunta con burla, con suficiencia, desde un poder que tú le recuerdas no le viene de él mismo, sino que tu Padre se lo ha confiado… No entiende nada. Tampoco ve ningún delito y, a pesar de eso, te niega cualquier posibilidad de salvación; a Ti, que se las ofreces todas. En contra de toda razón da la orden: ¡Crucificadlo! Y para tranquilizar su conciencia, se lava las manos mientras piensa que él no es responsable, que son los otros los que le han obligado a actuar contra su voluntad. Miedo, cobardía, injusticia…
Unos minutos de reflexión en silencio.
Danos, Señor, contemplar cada paso de tu Pasión desde el reconocimiento de nuestros pecados y el espíritu de conversión. Pero también desde el agradecimiento y la esperanza, porque, a pesar de nuestra cobardía, de nuestra miseria, de nuestros miedos y pequeñeces, Tú te entregaste a tanta humillación y dolor por nosotros, por cada uno de nosotros. Que vivamos intensamente cada uno de los pasos de tu Vía Crucis acompañándote en el dolor, la soledad… pero también en el gozo de ayudarte con nuestros sufrimientos a llevar a muchos hermanos al camino de la única salvación, tras haberlo aceptado nosotros mismos con todas las consecuencias.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
6ª Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
Comienza el látigo a caer con fuerza brutal sobre tu amado cuerpo. Quizá, a cada latigazo recordabas tus palabras: “Amad a los que os odian…, Haced el bien a los que os maldicen… A quien te abofetea, ofrécele la otra mejilla… Perdonad no siete veces, sino setenta veces siete… Esta es mi sangre que se entrega por vosotros…”.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
7ª Estación: Jesús carga con la cruz.
Habías perdido gran cantidad de sangre y, cuando eso sucede, se siente interiormente que te vacías de vida. Las fuerzas fallan, se nubla la vista, la cabeza estalla, falta el oxígeno… Solo te conforta la calma y unas manos dulces que te cuidan. Pero Tú no, Tú has de cargar con la cruz y arrastrarla por las calles de Jerusalén hasta llegar al Calvario. Seguro que caíste más de una vez, perderías el conocimiento. Por segundos, llegaste hasta el paroxismo… No podías parar, tenías que llegar al cumplimiento, para eso habías venido. La humanidad entera te necesitaba y el amor te dio las fuerzas que ya no tenías para llegar a la cumbre. ¿Cómo puedo acompañarte, Señor? ¿Cómo darte gracias por tu sacrificio de amor?
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
8ª Estación: Jesús es ayudado por el Cireneo.
El soldado te mira y ve tu extenuamiento. Cree que no podrás llegar hasta la cumbre y el castigo ha de cumplirse completo, no puede quedar a medias. Se fija alrededor y ve un campesino que, a su regreso del campo, se ha parado curioso a contemplar la comitiva. Casi sin darse cuenta, se ve empujado a tu lado y obligado a cargar con tu cruz para aliviarte los últimos metros.
Habías dicho una vez: “El que quiera ser mi discípulo, que coja su cruz y me siga”. El Cirineo en este momento cogió la tuya. Te miró a los ojos y debió estremecerse de compasión a la vez que se sintió feliz de poder ayudar a Aquel miserable. Era judío, pero lo encontramos después convertido junto con sus hijos. Tu dolor y tu dignidad, tu humanidad y tu serenidad, tu paciencia y mansedumbre provocaron su entrega.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Mi Señor y mi Dios, no me atrevo a pedirte la carga de tu cruz, pero sí te pido que me des valentía, paciencia, silencio y amor para llevar la mía de cada día. La que me cuelga el mundo por su desamor e incomprensión, la que me cuelgo yo mismo por mi rebeldía y falta de generosidad, la que Tú permites esperando que me ayude a crecer como persona y como cristiano. Cuanto más profundo sea, más podré conocerte, acogerte, amarte y servirte. Perdóname, Señor. Como Tú eres fuerte por los dos, ayúdame a llevarla, porque solo no me siento capaz de hacerlo. Hasta que sea valiente como Tú, ayúdame Señor.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
9ª Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén.
Es la primera vez que hablas camino del Calvario. Ves unas mujeres llorando y, probablemente, recuerdas que en toda tu vida no se encuentra ni una sola mujer que te hiciera daño. Todas se acercaron para escucharte, servirte, lavarte los pies, perfumártelos. La mujer de Pilato te defendió. Ahora estas mujeres… ¿Ya sabías, Señor, que en tu Iglesia las mujeres te seguirían en número muy superior al de los hombres? Nuestra debilidad es mucha, nuestras caídas también, pero… también hemos llorado contigo muchas veces, por tu dolor, por nuestros pecados, por los pecados del mundo. Nos ha sido fácil dejarnos amar por ti e intentar dar amor a los demás. A pesar de nuestra miseria, servimos con naturalidad y te amamos con una gran ternura. Es cierto que algunas veces las lágrimas no son signo de arrepentimiento sincero, pero Tú ves el esfuerzo, la intención del corazón y sabes que te amamos, con nuestra pequeñez, como sabemos amar; con descuentos, pero te amamos, Señor, Tú lo sabes.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Gracias, Señor, porque en estos momentos tan dolorosos, sigues olvidado totalmente de Ti mismo y piensas en aquellas mujeres que sufren por Ti. En las mujeres de todos los tiempos que lloran y llorarán ante la crueldad, la violencia, el odio, el desamor. Gracias, porque sabemos que ni uno solo de nuestros pensamientos ante Ti se pierde, ni una sola de nuestras lágrimas deja de encontrar eco en tu corazón. Gracias por tantos hombres que han entrado ya también en la dinámica de la sensibilidad ante Ti y ante el dolor del mundo. Que todos unidos, Señor, sepamos consolarte y ayudarte devolviendo la esperanza al mundo.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
10ª Estación: Jesús es crucificado.
Te hicieron acostar sobre el madero transversal y el verdugo se preparó con todos los materiales. Te cogió una mano, buscó el sitio perfecto para que no se desgarrara y, con dos martillazos seguros, hizo que el clavo perforara tu santísima carne, brotando un chorro de sangre que probablemente le salpicó la ropa. ¡Si hubiera sabido lo preciosa que era…! Con la frialdad de quien está acostumbrado a este suplicio inhumano, se fue al otro lado e hizo lo mismo con la otra mano.
A continuación, te subieron hasta encajar el madero transversal con el horizontal. Ya en su sitio, y con otros dos clavos, aseguraron tus pies desgarrando músculos, tendones. Ya estaba consumada la obra de toda la humanidad.
El que había curado a los ciegos, apenas si podía ver entre los coágulos de sangre. El que había hecho andar a los cojos tenía sus pies atados, el que había soltado la lengua de los mudos permanecía callado, aguantando el horrible dolor y ensimismado en el Padre para descubrir lo que aún faltaba por hacer para completar su voluntad. Jesús colgado de la Cruz. Dios colgado en la Cruz. Dios cubierto de sangre, humillado, insultado… Dios derramando Vida y Amor.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
11ª Estación: Jesús promete el reino al buen ladrón.
Aquel hombre que compartía suplicio contigo, había sido condenado por ladrón, era culpable. El castigo, según la justicia de los hombres, era justo y así lo reconocía él mismo. Es fundamental para dar un paso hacia la conversión verse uno mismo, reconocer la propia culta. Desde su misericordia, es capaz de comprender que el que les acompaña en su mismo suplicio es distinto. No es como ellos y, olvidado por un momento de sí mismo, siente compasión de Ti, te defiende, saca la cara por Ti. A continuación, solo te pide un recuerdo, nada más: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Sabe que todo acaba allí y, sin embargo, cree que hay un después, una esperanza de la que él no es merecedor y solo espera un piadoso recuerdo.
Tú le aplicas aquellas palabras que habías dicho hacía poco tiempo: “A quien me confiese ante los hombres, le confesaré yo ante mi Padre” y, dulcemente, le confortas: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Jesús, concédeme la gracia de reconocerme como el buen ladrón. Que el ver mi miseria me lleve a ser más tolerante con los demás, a compadecerme del que cae, a tenderme la mano hasta donde me sea posible. Que sea capaz de verte a Ti en el dolor del otro y, con humildad, acercarme a tus pies para entregarte mi pecado y el de mi hermano, para que limpies los dos y nos salves a los dos. Señor, yo también quiero estar contigo en la eternidad, pero no quiero estar solo, quiero ir en compañía de todos los hombres que tanto amas y por los que también has muerto. Que tu entrega dé fruto en mi vida y un fruto que dure.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
12ª Estación: La Madre y el discípulo.
¿No ha llegado el momento de que te ocupes de Ti mismo, de tu dolor, ahora que estás a punto de expirar? No, no puedes darte todavía, aún te queda algo por dar, un regalo maravilloso. Estás desnudo sobre la cruz, sin sangre, sin vida… pero aún te queda la más maravillosa de las Madres y sabes que Ella siempre será la que mejor cuidará de los tuyos, se preocupará por acercarlos a Ti, de protegerlos del mal… Además, la voluntad del Padre, siempre va separando, arrancando los afectos humanos hasta quedar solo Él en el alma y desde Él, a imitación tuya, ser uno mismo don para los demás, sin nada a cambio, ni amor, ni agradecimiento… nada. Ya ha llegado la Hora anunciada en Caná y la hora es para los dos, Tú dando al vida por la salvación de todos, Ella ampliando su maternidad a toda la humanidad que ha sacrificado al Hijo de sus entrañas.
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te acepto, Madre. Te doy gracias con todo mi ser por aceptarme como hijo en el momento más doloroso de tu vida que yo contribuí a hacer mayor. Te abro mi corazón con un deseo infinito de que siempre me cuides, me guíes, me aconsejes y me presentes ante tu Hijo intercediendo por mí. Para que, cuando yo le ofenda, tu amor de Madre suavice todo y arranques de Él las gracias que necesito para llegar a ser como Tú: dulce, silenciosa, disponible, trabajadora, humilde generosa, pura… llena de Dios.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
13ª Estación: Jesús muere en la Cruz.
Ya solo queda entregarse a la manos del Padre. Mucha gente experimenta miedo ante la muerte. ¿Miedo quien sabe que va directo a los brazos del Padre? ¿Miedo quien va directo a encontrar la perfección por la que tanto ha luchado y sufrido por no alcanzar? Tú estás seguro. No dudas, las manos del Padre están hechas para salvar, para acariciar, para amar, para dar vida, porque el Padre es un Dios de vivos. Él solo sabe dar vida y amor. Y, por eso, mueres en paz.
Has vivido como hombre, has amado al hombre, por él has llorado, por él te has cansado, has pasado hambre, sed, sueño… Amas al hombre porque es tu imagen, Tú le has hecho en colaboración del Padre y del Espíritu y le has puesto en este mundo que es tuyo. Has vivido en el mundo y como hombre; y sabes bien que TODO estaba bien hecho. Lo estropeó el enemigo, pero ahora llega la hora en que el Padre, ante tu Cuerpo muerto, diga la última palabra y restituya todo en su belleza original y al hombre en una dignidad mayor.
“E inclinando la cabeza, entregó el espíritu”
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
14ª Estación: Jesús es depositado en el sepulcro.
“Al caer la tarde llegó un hombre rico de Arimatea, de nombre José, que era también discípulo de Jesús. Fue a ver a Pilato pare pedirle el cuerpo y Pilato mandó que se le entregara.
José se llevó el cuerpo de Jesús y lo envolvió en una sábana limpia; después lo puso en el sepulcro nuevo excavado para él mismo en la roca, rodó una losa grande a la entrada del sepulcro y se marchó. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro”
Unos minutos de reflexión en silencio.
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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